Asfixiadas por un entorno editorial donde las transnacionales imponen sus reglas de uso y abuso, perviven casas editoras que continúan una prestigiosa tradición: la edición independiente.
domingo, 18 de agosto de 2013
Vigencia de la editorial independiente
No es un secreto que los grandes sellos editoriales transnacionales se encuentran en una coyuntura compleja, asediados por múltiples variables que han impactado en sus negocios. La crisis financiera de 2008, la actual crisis en España y la particular crisis del libro como producto cultural colocan a los grandes grupos editoriales ante la necesidad de rever sus objetivos, achicar o eliminar áreas de interés, disminuir sus producciones y tirajes y, en algunos casos, como el del Grupo Editorial Norma, prescindir de sus colecciones de ficción y no ficción para adultos, de modo de concentrar esfuerzos en producciones más rentables como las de los libros de texto o de literatura infantil y juvenil. Para sobrevivir, muchos sellos han sido vendidos o negociados a grandes grupos que han dejado de ser exclusivamente empresas editoriales para convertirse en multimedios. La actual alianza entre Penguin y Random House es el último eslabón de este negocio en su etapa de cambios y desafíos.
Más allá de estas circunstancias, que inciden más en la reingeniería que en la literatura, los tiempos de los best sellers literarios y los millonarios tirajes, salvo escasas excepciones, parecen haber pasado. “Los grandes grupos transnacionales –opina Juan Casamayor, editor español del sello independiente Páginas de Espuma– están sufriendo la crisis económica coyuntural y, de telón de fondo, la crisis del paradigma del libro que viene rompiéndose desde hace una década”. En efecto, a la ya devaluada economía mundial se agrega la crisis del objeto libro como producto cultural en un mercado que no ha parado de diversificar sus opciones de entretenimiento. El libro está librando una gran batalla, en la que se incluyen mutaciones constantes o reacomodos para sobrevivir como propuesta cultural ante la avalancha de otros soportes tecnológicos o masivos. Adicionalmente, los grandes sellos, al ser grandes empresas, están sujetos a macroestructuras, exigencias organizativas o compromisos laborales que los hacen más pesados (quizá también más sólidos) y por tanto menos flexibles.
Ante el espacio inevitablemente cedido por estos grandes sellos, las pequeñas editoriales o editoriales autogestionadas o independientes o alternativas, o simplemente nuevas editoriales, han visto una gran oportunidad y en poco menos de una década vienen ocupando un espacio que años atrás era impensable. La editora argentina Viviana Paletta, radicada en España, piensa que “siempre es oportuno el ámbito editorial para proyectos alternativos a la edición generalizada, por abrir el campo, lograr la divulgación de otras voces y otras líneas estéticas, de reflexión, de búsqueda, quizá no masivas pero necesarias, incluso imprescindibles, para un mundo cultural que goce de buena salud”.
En Argentina es muy notorio el crecimiento de estos emprendimientos. Desde las más consolidadas, como Adriana Hidalgo, Eterna Cadencia, Entropía, Interzona, El Cuenco de Plata, Mansalva, Mardulce o Milena Caserola. U otras más chicas: Excursiones, Conejos, Fiordo, WuWei o El 8vo Loco. O incluso artesanales, como La Funesiana, La Vaca Mariposa y la pionera y de proyección continental Eloísa Cartonera. Las hay, pues, medianas, chicas, diminutas y artesanales. La diversidad es enorme y el número también. Sólo en el registro de 2012 de editoriales independientes del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires aparecen 138 sellos independientes.
Pero algo muy similar está ocurriendo en España, en México, en Uruguay o en Venezuela. Cuando los grandes sellos tenían por principio acotar la distribución de sus libros según la región y cada sucursal operaba como un mercado completamente aislado, hoy no es raro ver en las mesas de novedades de Buenos Aires títulos del sello Hum de Montevideo, Sexto Piso y Almadía de México, Páginas de Espuma, Periférica, 451 Editores y Candaya de España o Puntocero de Venezuela. Lo mismo ocurre en ciudades como Madrid o Barcelona, donde muchos de estos sellos latinoamericanos viajan (como productos de exportación o en valijas de amigos), se distribuyen (a mediana y pequeña escala) y venden en las librerías de la península.
El lamentable desconocimiento de nuestras propias literaturas regionales está siendo poco a poco cubierto desde la periferia (también desde la web, cierto) a puro pulmón, por estos sellos emergentes. Por supuesto, no es un camino fácil y la oportunidad está acompañada de enormes dificultades. Julián Rodríguez, editor de la española Periférica, cree que “una editorial independiente puede sostenerse, aunque no sea del todo cierto, con el apoyo de unos pocos y fieles lectores. ¿Su debilidad? La falta (no en todos los casos) de un emporio financiero detrás”. A falta de esa solidez financiera, estos sellos se ven obligados a reducidos recursos humanos, que en muchos casos deben convertirse en auténticos pulpos para asumir los numerosos aspectos relativos a la producción. Pero “la principal debilidad –aporta Felipe Rosete, de la mexicana Sexto Piso– es el ensimismamiento de algunos proyectos en el discurso de que ‘no hay dinero’, de que ‘todo es muy difícil’. Vivir en ese discurso mata todo proyecto independiente. En enfrentar esas dificultades y saber sortearlas radica la gran valía de un proyecto editorial independiente. Y esa valía indudablemente es reconocida y retribuida por los lectores”.
La estrecha relación con los lectores quizá sea producto de la estrecha relación entre editor y autor. Por supuesto, hay excepciones, pero la editorial pequeña o independiente hace del vínculo con el autor uno de sus motores de trabajo. Esto no sólo se reduce a la relación personal sino al tratamiento del libro, y por tanto al producto literario que se ofrece al público. La editorial pequeña cuenta con el autor como un miembro activo de la producción editorial y no es infrecuente que éste acompañe de cerca, opine o incluso ofrezca soluciones a cada una de las etapas de producción.
Las nuevas tecnologías también han sido fundamentales para llevar a cabo las tareas de sustentación de los proyectos independientes; el trabajo de promoción a través de las redes sociales, las páginas web y blogs de apoyo, y la búsqueda de financiamiento colectivo a través de herramientas como crowfounding o crowsourcing. Esto, sin mencionar las políticas de coedición y cofinanciamiento para las que estas editoriales siempre están dispuestas. No es raro ver en los créditos de muchos de estos sellos el logo de alguna institución pública y también el testimonio de alianzas con programas de traducción o divulgación de la literatura de otros países.
Adicionalmente, se advierte un trato distinto de parte de los suplementos culturales de los diarios de mayor circulación. Hasta hace poco, era casi imposible que una editorial chica consiguiera ser reseñada en los grandes medios; sus desplazamientos parecían restringidos sólo a circuitos de su propia área de influencia. Todavía falta mucho, es cierto, pero cada vez es más frecuente que críticos y reseñistas se ocupen de libros cuyo tiraje y distribución aún son precarios. Esto prueba la inocultable presencia y prestigio ganado de parte de estos sellos en la conformación del universo cultural actual. En lo relativo a la literatura de ficción, pareciera que los sellos independientes atienden propuestas estéticas que corren al margen de los “tanques” literarios que suelen elevarse en las torres que coronan las entradas de las grandes librerías. Autores como los uruguayos Gustavo Espinosa o Ercole Lissardi y los mexicanos Yuri Herrera o Juan Villoro publican, si no toda, buena parte de su obra en sellos independientes.
Sería absurdo eludir que muchas grandes firmas publican sus libros en editoriales transnacionales. De otra forma, no llegarían a nuestras manos Vila-Matas, Doris Lessing, Pedro Lemebel o J.M. Coetzee. Además, algunos grandes sellos han comenzado a publicar autores emergentes. Al respecto, Felipe Rosete, advierte: “Creo que es infructuoso caer en discursos maniqueos que sacralizan lo independiente y demonizan todo lo que hacen los grandes grupos. Estos, a través de sus distintos sellos, siguen conservando a grandísimos escritores. El problema es que la buena literatura no es su prioridad y que se pierde entre todo lo demás. Quizá lo que pasa es que al publicar menos, al ser más cuidadosas y selectivas con su trabajo y con su catálogo, las independientes (algunas, no todas) tienen hoy más ‘prestigio’ que las otras. Es decir, hay más ‘respeto’ y ‘simpatía’ hacia ellas porque se sabe que las cosas se hacen asumiendo riesgos, con un criterio literario y en condiciones adversas. Pero eso no exime al editor independiente de resbalar y cometer errores”.
El respeto que se han ganado no es poco y quizás esté asociado con la creación de nuevos lectores y nuevas formas de lectura y no sólo de nuevos libros para lectores ya ganados. La apuesta de muchas pequeñas editoriales latinoamericanas tiene que ver con los modos de lectura y la manera en que se interviene, en definitiva, en la conformación (y modificación) de un canon. Hasta hace poco, era casi impensable que una editorial chica se llevase, por ejemplo, el premio al mejor libro del año, u ocupara importantes lugares en la preferencia de los lectores y sitios de legitimación. Sus trofeos eran, como mucho, el de publicar un libro de culto, esa especie de objeto que resiste al mercado y también lo trasciende. Ahora, el libro de culto ha ganado en visibilidad, y las editoriales pequeñas construyen sus propias redes de circulación y sus particulares maneras de participar en el mercado. Por supuesto, los enemigos económicos están a la orden del día: controles de cambio, políticas proteccionistas y trabas a la importación ralentizan su desarrollo.
Editoriales mexicanas independientes
Si bien el mundo editorial contemporáneo atraviesa cambios profundos potenciados por la crisis económica y el impacto de nuevas tecnologías, la realidad editorial es mucho menos catastrófica de lo que vociferan los publicistas y otros agoreros. El caso mexicano, con sus altas y bajas, demuestra que cuando hay imaginación, constancia y propuesta, la empresa editorial puede ser una aventura creativa de sensibilidad e inteligencia. PERFIL dialogó con cuatro editores que han levantado catálogos muy diversos cuya única constante es la calidad. Se trata de Rodrigo Fernández de Gortari (Vanilla Planifolia), Vivian Abenshushan (Tumbona Ediciones), Pablo Rojas (Surplus Ediciones) y Diego Rabasa (Sexto Piso).
Al respecto de su experiencia como editor de Vanilla Planifolia, una flamante editorial que viene construyendo una cámara de maravillas con literatura de Africa, Medio Oriente y Europa del Este, así como una vocación decidida por difundir libros de arte que tengan vínculos con México, Fenández de Gortari sostuvo que su “apuesta es diseminar de distintas maneras el total de ejemplares de cada título, con base en un algoritmo o una ecuación esóterica más bien borgeana”. Para Rabasa, cuyo proyecto impactó el rostro de la edición mexicana, ha sido “el electrocardiograma de un tipo con arritmia severa. Momentos increíbles y zonas oscuras; un crecimiento a base de golpes en la cara”. Para Abenshushan, que dirige un catálogo con lo más destacado de la literatura de vanguardia, ha sido un proceso “lleno de exaltación y entusiasmo intelectual, pero también otro de desgaste, difícil, siempre a contracorriente. Publicar lo que se nos viene en gana lo considero un triunfo, aunque económicamente sea un fracaso”. Para Pablo Rojas, con un catálogo de evidente sofisticación, ha sido “un aprendizaje constante y una experiencia colectiva” que se destaca por su heterogeneidad.
Por otro lado, sabiendo que la independencia por sí misma no es un criterio de calidad, se les preguntó su parecer al respecto del término “editorial independiente”, a lo que Abenshushan contestó que “¿la calidad no es acaso un valor del mercado? Me gusta pensar más en términos de heterodoxia, de irreverencia, de riesgo y radicalidad. Ponemos en circulación lo que el mercado niega o trata de volver invisible: lo que censura”, mientras que para Fernández de Gortari se trata de un término “impreciso, cuando no cínico y arrogante. Las editoriales que se autodenominan o son encasilladas bajo esta categoría por lo general no son independientes de los fondos del Estado ni de los recursos de la industria privada, y tampoco lo son, paradójicamente, de las tendencias y o corrientes literarias, filosóficas o artísticas”. Rojas sostiene que “es necesario trabajo y profesionalidad”; empero, la apuesta principal de la independencia está en su capacidad de apostar por nuevos valores y “no publicar a los consagrados”.
A la pregunta expresa sobre cuál es su criterio con respecto a las coediciones, Rabasa expresó que “buscan proponer libros de los que el Estado mexicano se pueda sentir orgulloso. Se trata de libros que nosotros haríamos de otra forma pero aprovechamos los subsidios que existen en el sector tratando que sean libros de calidad intachable y de aceptable circulación comercial”. Para De Gortari, “lo primero es invertir en la incubación de cada proyecto; luego, al buscar apoyos, patrocinios, créditos, intercambios y alianzas, mi criterio es recurrir a distintos sectores que tengan alguna cercanía conceptual. La idea es que los costos de producción recaigan en el mayor número posible de actores, lo cual permita blindar los contenidos”. En el caso de Tumbona, “publicamos algunas coediciones no sólo con el Estado sino también con universidades, fundaciones privadas y galerías. Por otro lado, ciertos libros de nuestro catálogo no soportarían, por su naturaleza iconoclasta o subversiva, la coedición con el Estado, como Literatura de izquierda, de Damián Tabarovsky, o Desobediencia civil, de Thoreau”.
Al respecto de lo que pueden esperar los lectores de sus catálogos, Rabasa responde: “Consistencia, homogeneidad, vocación de riesgo, expansión de nuestros límites de acción lectora: una resonancia si tienes un gusto afín al nuestro”. En Tumbona se encontrará, “no la literatura con sus convenciones, sus rituales, su conservadurismo, su sentido de propiedad intelectual intocable, sino una escritura otra, dialéctica, inconforme, sublevante”. Por su parte, Fenández de Gortari espera que sus propuestas “sean un ida y vuelta, simulando el lanzamiento de un boomerang o el golpeteo de una carambola”.
Entre los editores que admiran, se cuentan Díaz-Canedo y City Lights (Surplus Ediciones); Julián Rodríguez, Luis Solano, Diego Moreno y Matías Soja (Sexto piso); Jonathan Cape, Ramón Akal, Siegfried Unsel, Enrique Díaz Canedo y Franco Maria Ricci (Vanilla Planifolia); Sylvia Bleach, Ferlinghetti, Herralde, Adriana Hidalgo, Mardulce e Interzona (Tumbona Ediciones).
*Rafael Toriz.
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