• Cortina de Humo / Francisco Leal

martes, 21 de diciembre de 2010

“Éxito”, de Enrique Morales (palabras de presentación) Por Ana María Risco

El libro que contiene los poemas de Enrique Morales es particularmente económico de preámbulos. Carece de los consabidos recursos que cualquier libro utiliza para salir al encuentro de sus lectores ―solapas, prólogos, contratapas—  por cuya mediación vamos adentrándonos gradualmente, y con aviso, en los artificios constitutivos de la materia literaria. En este caso, somos abruptamente recibidos entre las páginas de Éxito, por un título insólito y golpeador como ese ―una palabra como un latigazo— y por los festivos personajes de una escena de camerinos, demasiado concentrados en actuar la pose fotográfica para servirnos de anfitriones.
El gesto editorial se pliega, creo, a lo que parece un rasgo significativo de este poemario. El lenguaje desplegado en su interior organiza un tiempo cerrado y centrípeto, al que sólo cabe caer de bruces. Un tiempo embotado que evoca las horas finales de una fiesta, aquellas que median entre el punto la máxima excitación y los primeros avances luminosos de una mañana que no termina de realizarse. Entrar en el libro de Enrique es hacerse espacio en este tiempo extático que se prolonga en su mismidad, cuya gravitación al interior del poemario se vuelve perfectamente coherente con la ausencia de gestos editoriales noticiosos o introductorios.
Entro de lleno —entonces― y también sin preámbulos, a esta condición temporal, que considero un aspecto clave de esta producción poética, para poner en principio de relieve no sólo lo apropiado de su materialización editorial, sino también el acierto ―no ausente de polémicas, según he escuchado— de la expresión que le sirve de título. La insólita palabra “éxito”, antipoética por definición y hoy completamente colonizada por el habla espectacular y comercial, alude a un cierto estado de término ―a la conclusión feliz, a la salida deseada o deseable de algún negocio, según los códigos idiomáticos. Pero puede desplegar también un sentido visual —y lo hace impresa en la portada de ese libro― donde ella  asoma vistosa como eco o cita del “exit”, ese letrero encendido que, en un lugar oscuro, señala la vía de evacuación, justamente útil en aquellos lugares en que la salida prevista se ha tornado inaccesible. El andar indistintamente por estos dos sentidos que connota la palabra “éxito” —relativos ambos aquí, según me parece, a las formas extremas y extenuadas de un espíritu histórico que declaró en tiempos remotos su fe en la redención— señala el retiro, la distancia y el desalineamiento ideológico como una virtud muy particular del habla de este poemario. Si una figura del tiempo histórico y del presente subsiste todavía en él bajo la metáfora de una celebración que se agota sin encontrar su término, en un sitio donde brilla como alarma el letrero de escape, ello acontece por efecto de un lenguaje que mira todo muy de lejos, con premeditada desafección. No se oye aquí la voz de quien celebra o reclama una salida, ni la meditabunda tonalidad de la melancolía. El tono es más bien inclasificable y se parece tal vez al de quien constata y verifica el estado de las cosas, a salvo de todo embrujo festivo o elegíaco, como un par de ojos que se han abierto después de la resaca, bajo la luz feroz del mediodía.

No es fácil hablar prescindiendo de las figuras con las que aquí intento ayudarme,  de esa suerte de lucidez recuperada que entrañan los poemas de Enrique. Una lucidez que imagino fruto de un conjunto de decisiones que fueron dándose en el largo proceso de escritura; como la metódica abolición de las soluciones espontáneas ─que es muy visible─ y el trabajo reiterado sobre las líneas del mismo verso. Cuestiones que me hacen pensar los poemas de este libro en relación a cierto tipo de imágenes pictóricas, surgidas de infinitas veladuras, que al mismo tiempo ocultan por completo la mano del pintor y expresan la maestría con que ella, esa mano, ha traducido su objeto.
De esta clase de procedimientos con el lenguaje resulta, creo, esa distancia enunciativa a la que refería, que va y viene ajustando su escala histórica y su alcance en cada uno de los poemas. En uno de sus niveles, esa distancia expresa una subjetividad biográfica cuyo capital tal vez no sea otro que el de venir de vuelta de los simples y previsibles afanes de la existencia. Los espectros de lo que fuera una promesa amorosa, el lado B de la felicidad tan presto a aparecer en los modos consuetudinarios de su realización, adquieren ―en este nivel de discurso— la forma de de una vacuidad que corroe  los lugares vividos y los objetos remotamente ansiados… “Ahí estábamos tú y yo,” dice, por ejemplo, el poema “De ida y de vuelta”,

sentados en la noche
sin poder explicarnos
Tú en tu automóvil blanco,
y yo esperando arrancar
lo que siempre se estropeó.
Parecíamos exhaustos y perdidos
De vuelta por una ruta
por la que ya no necesitábamos
piedrecitas, miguitas
y todas esas cosas
De ida éramos impetuosos
Apolo y Dafne,
de vuelta Sísifo y su roca

La suerte mítica de Sísifo, condenado a experimentar la futilidad de la tarea en el momento más plausible de su logro, surge como un emblema de esta dimensión de la escritura, que sabe reencontrar la crudeza del mito en escenas comunes y pedestres, construidas casi siempre al interior de los límites de una subjetividad biográfica o íntima.
Otra dimensión de la distancia clave de esta poesía, queda configurada en ella, me parece, por la experiencia de una figura plural, más histórica que biográfica, de lejanas resonancias familiares y ―yo diría, más precisamente— locales. El nosotros que viene de vuelta del tiempo festivo sin hora de término (no separado, sino sobrepuesto a ese yo que construye distancia desde los pliegues de la experiencia biográfica e íntima) tiene como telón de fondo “esa terrible heroína” que es la ciudad que habitamos, un túnel vial en permanente construcción para el escape ―para la fuga hacia adelante que perpetramos con fascinación— y una figura macabra que brota de la muerte para afirmar todavía su poder de reunirnos: “comimos pensando que / alejábamos tu reino” dice el poema titulado “El Chacal”,

Expiamos silencios y miradas oblicuas
reviviendo a los que mataste
y perseguiste
Creímos hacer las paces
estrechando las manos
de esos matones de colegio.
Sin embargo la mirada errabunda
descubrió que la usura y el espectáculo
se compraban el bikini nuevo
de las rebajas, los combos,
y la farsa de tu muerte allá lejos…

Pienso que este poema se puede leer como una bisagra que conecta las dos instancias de distanciamiento que he intentado esbozar antes, la íntima y la comunitaria, con un nosotros histórico todavía más amplio, más teñido de viejas utopías, juguetes de guerra y artefactos asombrosamente tecnológicos, cuya incidencia temática en este poemario ―si se me permite decirlo— se exhibía más en bruto en sus versiones prematuras, y luego fue, acertadamente creo, morigerándose hasta acabar disuelta y al mismo tiempo reencontrada en las pedestres historias la primera persona del singular….
Proyectado hace siglos como un sueño de la razón que produce monstruos, ese plural más amplio al que refiero ―ese que fue aquí atajado para no recargar de “altisonancias” la voz del libro— atraviesa con su talante infantil la historia de la modernidad para venir a encarnar en nosotros los que fuimos soñados hace tiempo, los hace tiempo idealizados, “los futuros”, herederos demasiado obedientes de Descartes. “El geniecillo hizo su trabajo, se lee en “Esbozo de una certeza”,
Los futuros hemos dudado
Incorporando a la lengua
juegos bárbaros,
Ritmando números
de la conciencia por venir

Por esta tercera forma de distanciamiento, que introduce en las figuras proliferantes y vaciadas del presente residuos y sedimentos de la ingeniería histórica que alguna vez lo proyectó, adquiere su máximo espesor la temporalidad suspensiva que caracteriza a esta poesía. Definida NO por su acortamiento apocalíptico ―para usar la expresión de un pensador de la secularización del tiempo mesiánico― sino por su acabamiento interminable. Un embotamiento similar al de las últimas horas de la fiesta o al instante ciego que sigue a un estruendo catastrófico, del que surge por contraste el habla retirada que aquí va constituyéndose por veladuras hasta dar con una pregunta no sólo lúcida sino lozana: “¿qué éxito nos hace tan tristes?”

Escrita en los límites de la espera histórica por una salida, este poesía de Erique parece encontrar su destino no perteneciéndole ya a la voluntad y a la necesidad de que una historia, cualquiera sea su rango o su pronombre, se consume en solución. Sus velos y desvelos formales parecen orientarse a ejecutar con la mayor elegancia y precisión posible, como creo lo logra el verso interrogativo que he citado, esa renuncia. Y esa renuncia, nada más que eso, es aquí la conclusión. “No hay salida, no hay término feliz,” dice la voz soterrada de este libro, con la que quisiera en alguna medida fundir la mía, al ir concluyendo esta lectura. “Nosotros, los futuros, que hemos dudado, los que no hemos logrado acabar la fiesta en redención, nos prodigamos un porvenir inscribiendo otra vez la infancia en la lengua, como un conjunto inagotable de sonidos bárbaros que interrogan y tantean. Sonidos de los que dudamos y que son,” como lo observa uno de los poemas de Enrique, “incapaces de poner en marcha el tiempo”. “Pero sonidos que siguen midiendo, con su urgencia”  –como lo expresa a cabalidad esta producción poética- “nuestro ánimo y nuestra fiebre.” 


(Este texto fue leído el Jueves 25 de noviembre en el bar Rapa Nui, con ocasión del lanzamiento de Éxito)


Este artículo apareció riginalmente en la revista Letras en línea

martes, 14 de diciembre de 2010

viernes 17 VUELVEN LOS DESCONOCIDOS DE SIEMPRE & LA FURIA DEL LIBRO

Queridos amantes de editorial FUGA, les comunicamos que este viernes 17 de diciembre ocurren dos cosas importantes: 
La primera es que volvemos con el ciclo de lecturas poéticas LOS DESCONOCIDOS DE SIEMPRE ahí mismo en el bar estaciOn Terminal
En esta oportunidad contaremos con la presencia de los excelentísimos poetas:
Paula Ilabaca, Héctor Hernández, Javier Norambuena y Dorian Valverde por chile + Maria Eugenia López desde la Argentina. 

A partir de esta semana volveremos todos los viernes y hasta agotar stock con las lecturas, non stop, y con cartelera renovada asi que atentos que se viene el ciclo completo (yeah!) para pasar las noches de verano de manera ejemplar. 


 
La segunda noticia es que este viernes también comienza la FURIA DEL LIBRO que, en esta oportunidad se va a realizar en el GAM (ex edificio Diego Portales) y que durará toooodo el fin de semana. Ahí estaremos con los libros del catálogo de FUGA a la venta, con nuevas publicaciones, con nuevos proyectos de edición, así que vayan y compren. 

La info completa con las actividades y el listado de editoriales independientes que van a la FURIA están en el blog de la feria http://furialibro.blogspot.com








En el stand de FUGA estarán:

del catálogo FUGA 


El remoto país imposible de Damaris Calderón (nuevo)
Transtierros de Maurizio Medo (nuevo)
Despoblados de Carlos Henrickson(nuevo)
Trenes de Felipe Ruiz (nuevo)
Éxito de Enrique Morales
Inventario Colectivo de Angela Barraza
Anatemas de René Silva 
Fosa común de Felipe Ruiz
Jersey city de Macarena Urzúa
Reducciones de Cristián Cruz

de nuestros proyectos amigos: 

+ Ron Purgatorio de Patricio Fernandez (TANQUE ed) 
+ Knock Out de Juan Carlos Urtaza (autoedición) 
+ Hipodrome circo y Campo santo  de Jaime Bristilo Cañón (ediciones del Coirón)

+ los libros del catálogo de ALQUIMIA ediciones:
  • Antología de Santa Rosa 57, VVAA
  • Vaho de Rodrigo Morales.   
  • Blácbuc de Juan Pablo Pereira.
  • Jardines Imaginarios de David Bustos.
  • Boquitas de Cerezas: Muestra poética del Taller/encuentro en cárcel concesionada de Rancagua + DVD con documental “Módulos 81,82”, VVAA


((( + un adelanto de nuestro nuevo proyecto Fuga&bandolera )))


les esperamos en el mejor stand del mundo !!! un abrazo y sigan en FUGA!

sábado, 4 de diciembre de 2010

sobre TRANSTIERROS / por Roger Santivañez

TRANSTIERROS DE MAURIZIO MEDO:
VIAJE HACIA EL FONDO DEL LENGUAJE

por Roger Santivañez




1
El tópico del viaje es tan antiguo como la literatura misma. Ernst Robert Curtius nos dice en su Literatura europea y edad media latina:  “Los poetas romanos suelen comparar la composición de una obra con un viaje marítimo. Hacer poesía es ‘desplegar las velas’ (uela dare: Virgilio, Georgicas, II, 41). Pues bien, esta cita puede permitirnos tomar un punto de partida para leer Transtierros de Maurizio Medo. En efecto el poemario podría ser descrito como un viaje –en este caso interior- por distintas zonas de la experiencia vital de su autor, trastocadas e investigadas en lenguaje.
La Obertura inicial –compuesta de 7 textos-  previo epígrafe westphaleniano en el cual aprendemos que el poema es ‘La torre falsa más triste y despreciable’ , comienza reflexionando sobre la voz humana. Ya sabemos que allí nace universalmente la poesía: en la articulación producida por las cuerdas vocales. Por eso el personaje aquí es un niño, a quien podemos identificar como un alter-ego del poeta. Y en un plano meta-poético el poeta imagina al niño también, viajando por el lenguaje: “Transtierro construyendo torrecitas” leemos (esa torre de Westphalen) pero todo se caerá al final. Habrá siempre un derrumbe definitivo. Sin embargo la poesía –la “Pobre poesía” según nuestro poeta-  “Arriba asola en azul fatuo” , es decir solitaria vaga por espacios innombrados, inútil y absurda, pero “El resto es ornamento” clara reivindicación de la poesía en su valor por sí misma: todo lo demás no sirve para nada, es pura decoración, mas al mismo tiempo parece ser que la poesía es también adorno, en el mejor sentido, aludiendo a la belleza de la expresión verbal que ella nos consigue. Esta es la suma contradicción en la que se mueve la gran poesía. El centro de su misterio. Al final sólo queda “la bulla de las torres en derrumbe apenas levantadas”, es decir, nada. Entonces, ¿Para qué la poesía?

2
Luego viene una sección (que también puede ser un poema largo en 13 estancias) más específica: Contra los poetas. Varios poetas queridos van apareciendo aquí: Berryman, Celan, Goethe, Cravan, Spicer, Eliot hasta la perfecta alusión a Enrique Lihn y su proverbial “La poesía no sirve para nada”. ¿Y? Medo replica inmediatamente: “Ya sin paltas comámonos el roche” en jerga juvenil peruana. O sea, aceptémoslo, y –como las huevas- sigamos adelante. Pero nuestro poeta lo dice con singular maestría rítmica: “Por ella ni un penique que dé brillo a los mecenas / o justifique las maromas / en donde dobla el verbo lígrimo”.  Tiene razón así, cuando afirma que la poesía no sirve “A ningún fin / ajeno a la poesía”. Lo que sí queda claro es que ella es nos conduce a la eternidad, o a la muerte, su principal misterio y abominación. Mantras. Maurizio Medo otra vez lo dice con gran poesía en una sola frase: “La rosa nos devora”.
Porque en realidad el sujeto de esta poesía es el mismo lenguaje. Veamos estos versos que rinden homenaje al neobarroco actual hispanoamericano: “Si aro anillo arandela / en la cuesta de qué duna / o sabana  Río / Rueda / Si piensa (o no) / Simplemente rueda”.  En términos prosaicos diríamos, nomás rodamos y rodamos hacia el vallejiano hueco de inmensa sepultura. Ahora, como no podía dejar de ser, la poesía nos salva por el erotismo que entraña. Y Medo lo plasma en un excelente texto que comienza: “Y ya no hablemos / Mientras aberra berraca en su nonsense / Seminal de sentido Ni milonga yorugua /Ni rococó habanero A tenue luz rosicler “. Notable manejo y sensualidad verbales que nos coloca ante “sibilino bulín: de poeta y puta” admirable combinación léxica y también referencial, ya que si nos atenemos a una tradición que viene desde Baudelaire, podemos personificar a la poesía como la hermosa y sabia prostituta, preciosa y excitante musa que –incesante- acompaña nuestra horas de más honda (y onda) soledad. “Mucha lleca ya En jam con sus sintaxis / Ya no hablemos / Que ella no está para otra cosa”. Sino para hacer el amor, captamos el implícito mensaje.

3
Seguimos con la zona denominada  I’d rather go blind que se abre con El centro errante. Aquí el viaje continua, esta vez con un chofer que nos lleva a ninguna parte, pero nos lleva. El marco referencial lo pone la  Influenza –A (H1N1)- vista cachosamente “como un hit musical”. Y otra vez volvemos a la reivindicación de la voz, con estos versos que son toda una declaración de principios: “Hay algo sabio en la oralidad algo que es cierto se tizna / con las nuevas posibilidades de escritura y subjetividad”. Luego la Balada para niños indigo –desarrollo críptico y crítico de la belliana Hada cibernética- que nos remite quizá a la Santa Rosita & el péndulo proliferante de Mirko Lauer y que al igual que dicho libro, es un reclamo por la humanidad del lenguaje y la escritura, frente al robotizado mundo de la tecnología del futuro. En un poema como Atavismo vemos a los autistas humanos sucumbir ante la crisis (no sabemos qué crisis, es la crisis, a secas) todos mezclados en una especie de Torre de Babel actual, cada uno con su idioma y su cultura –ya sean quechuas, italianos, árabes, franceses ,norteamericanos o aymaras- en medio de lo cual al poeta sólo le queda recitar: “Pues salvo en tu cuerpo / no tengo patria ni noción”. Como dijo Hinostroza: “La Líbido / marcha sobre la tietrra bella y desconsiderada”.
             Arritmia, dedicado a José Kozer, termina con un diálogo con este gran poeta cubano, hito
del Neobarroco, en realidad un planteo de interrogantes acerca de la poesía y el oficio de escribir, que quedan sin respuesta, definiéndose por el lado de la imaginación y lo onírico, como el único camino válido y verificable: “El niño que las lee aún me sueña”. Completa la sección Instancia un breve poema donde resalta el talento lírico de Maurizio Medo: “(Tú siempre están en el poema / Sus aguas preciosas te reflejan susurrando”. Y para que no nos quepa duda de que estamos en un transtierro: “Lo vivo está en el viaje”. Volvemos al principio, la existencia es un viajar, un desplazamiento que entraña la poesía. Nosotros nos movemos en poesía, cabría decir.

4
             Entramos a la parte final del poemario. Su nombre: Suite de la neurosis. Arrancamos con El gato negro. Este es un texto intertextual poderoso, pleno de alusiones a Mallarmé, Vallejo, Neruda, Paz, Lowry, incluso Salgari (el de nuestra niñez) en torno al viaje y a la poesía. Su propuesta existencial no está exenta del elemento lúdico: “tampoco lo utópico / es un tópico ideal”. Y su neobarroco se remata con cierta incisión geográfico-étnica: “sílfides sífiles silos sinalefas / el kraken y las gárgolas / lestrigones / yo no me corro de mi estar /¿dónde está el ande?”. Y Vallejo siempre allí enseñándonos a no corrernos. Sino a asumir lo que somos. Esto se corrobora unos versos más adelante de la siguiente forma: “esterlicia esterlina o esternocleidomastoideo / son palabras que se traban como un clavo /en tu boca cholita y tropical”. Porque al final sabemos que se trata de un poema de amor. La dulce y solitaria cotidianidad de la convivencia con la pareja: “tan tan breve la vida / cuando el café…/ y tú”. El cultismo y el trabajo de lenguaje prosiguen en Contrapunto con Judas, en defensa de la poesía frente a la desesperación de vivir. Para muestra, un botón de la notable calidad artífice de nuestro autor: “¿En que dónde el otro azumbra el verbo zarco / y aún contra el designio de los idus / se remonta sísifo hasta el alfa?” O esta otra estrofa con resonancias bellianas: “¿Qué dictar a la máquina si muda veme / bizarro juglar alunizando? / Estrago nerón contra el lenguaje y no hay bruto / que ladre en mi alboreo: delinco solitario”. Nos queda claro: La poesía es un delinquir a solas.
            Y la poesía es tos. Una vulgar tos. Una leve convulsión corporal. Seguimos guiados por un chofer que es quien otorga unidad al devenir poético. Perlongher aparece por ahí: “Hay Cadáveres”. Y la gripe nos persigue implacable: “-¿Eso que tose cof cof cof es el poema? / -¿Toda su melopea reducida a la flema de un simple constipado?”. De pronto una memoria de Mario Arteca (el gran poeta argentino de la actualidad) nos lleva a un tal Fabricio. Voces, voces que entran y salen del poema. Menciones a distintos tipos de poesía. Todo ésto con un lenguaje super-energético, una expresión erguida que con fruición se vocaliza. “Todo es ruido” se nos informa, y de pronto una frase brillante que nos derrumba el tinglado: “Pero no basta con asar ideas al fuego de la estética”. The whole thing se viene abajo. En ésto es experto Medo. Levantar e inmediatamente destruir torrecitas.
            Esta onda avanza en los poemas restantes del libro que nos ocupa. Un despliegue verbal e incluso gráfico-visual y numérico –John Cage de por medio- hasta el desdoblamiento filoesquizoide que sintetiza el problema con esta afirmación: “Soy una voz” con lo cual estamos otra vez, en el principio del poemario, con el infante que contempla un árbol y emite sus primeros sonidos. Se cierra el círculo. La voz es música. Y el texto final Fuga lo confirma. Más allá de la extraña cita de Deleuze que abre el  texto, Medo parece explicarnos que allí estuvo el origen de su poesía. En la arcana pronunciación prístina de la infancia. El sueño del otro significa peligro para uno. Y viceversa. Pero el punto de la poesía es el sueño de nosotros mismo adentro. El “sueño soñado” como escribe Medo en su última línea. Porque ya sabemos desde siempre –Calderón de la Barca incluido- que vivir es un sueño. La muerte nos factura con creces este aserto. Y ni la tan mentada voz –porque se la lleva el viento- ha de quedar, sino –quizá- el texto escrito. Por eso escribimos. Colocamos sueños en la materia fija del libro. Y la condición de la poesía es su calidad de lenguaje. Su nivel. Su elaboración perfeccionándose en cada lectura. El deslumbramiento de sus fónicas secuencias impalpables. Este libro –diríamos- deconstruye y reconstruye el lenguaje, en una infernal batalla de la que nos queda el testimonio. Con Transtierros Maurizio Medo arriba a un sitial de preeminencia en el concierto de la poesía latinoamericana actual.